
El mar, cómplice silencioso de una vida de fracasos, en donde el sol se esconde ante la desidia de no poder alumbrar un camino de felicidad.
2 amigos, 2 ríos de historias que no supieron encausarse, 2 caminos paralelos y un mismo amor que los invitó a luchar, que los invitó a dar otro paso, y otro y otro…
50 años, ¿50 años? ¡¡¡SI!!! 50 años viviendo solo por la ilusión de un reencuentro, de una promesa de adolescentes, de un pacto gravado a fuego.
50 años que fueron suficientemente fuertes como para abrigar una historia de recuerdos, de momentos, pero a la vez, suficientemente fuertes como para aplastar todo rastro de aquello que motivó “el día después”.
¿Es que acaso el tiempo se detuvo allí? ¿En ese mar? ¿En esa bruma incipiente? ¿En ese banco plantado frente a las olas? ¿En ese querer y no poder? o mejor dicho, ¿En ese querer y no animarse a poder?
¡50 años de ser todo igual! ¡50 años de ser todo tan distinto! y el frío cubriendo con un manto de hielo el alma, anestesiando la razón.
El mar seguía en el mismo lugar. Los sentimientos seguían motorizando el presente, pero eran, por un lado el alcohol, las paredes de un teatro y las risas fingidas de cada “puesta en escena” las que acompañaban y permitían no ver. Y por el otro, unas cuantas leyes, una familia querida pero distante del corazón, y un orden perfectamente planificado los que sedaban el dolor de lo perdido.
2 amigos, 2 historias, 2 grandes frustraciones, y un mismo amor que nunca fue.
50 años de un pacto silencioso, en lo que tanto pasó ¡para quedar todo igual!
Entonces ¿Qué hizo la vida de la sensatez? ¿Dónde quedaron esa belleza palpable, esa luz interior, esa risa franca, esa piel dorada? ¿Esa persona a la que tanto se amó?
¿Cuándo aparecieron el miedo, los nervios, la borrachera, la soledad de la noche y lo que es peor aún, la soledad del alma?
50 años y el golpe de un reencuentro que no fue el esperado. Toda una vida esperando. ¡¿Para eso?! Toda la vida soñando ¡¿Para eso?!
NO… el reencuentro no fue el esperado, pero hubo un punto de inflexión que los llevó a encontrar esa ESENCIA que no modifica ni el tiempo, ni las lágrimas, ni las risas, ni las leyes, ni el alcohol. Esa ESENCIA que perdura eternidades y que se puede ver, tan solo corriendo el maquillaje.
Caído el telón, y en la penumbra de una madrugada ya avanzada, me pregunto…
¿A dónde van a parar nuestro sueños cuando no nos animamos a luchar por ellos?
¿A dónde estamos nosotros, cuando empujamos nuestro presente hacia el fracaso y la frustración, cuando hacemos eso que no queremos, o bien, cuando no hacemos eso que tanto queremos?
Ahora me pregunto ¿Vale la pena descartar nuestra felicidad? ¿Esa felicidad que se nos ofrece, pero que a la vez nos exige arriesgar? ¿Cuan elevado es el precio de nuestro equilibrio, de nuestra incapacidad por romper el orden de lo establecido socialmente?
No, no vale la pena, porque a pesar de que 50 años no son nada… tal como se dijo por ahí… ¡En ellos se nos va la vida!
Intérpretes: Rubén Petrucci / José María Chiaramonte
Dirección: Luis Rivera López
Comentarios: Michela Jorge