
¿Cuantas veces nos dejamos cegar por el ritmo enloquecedor de cada día y nos convertimos, a fuerza de pura socialización, en seres indiferentes y apáticos?
¿Cuantas veces nos volvemos incapaces de ver lo que sucede más allá de las fronteras de nuestras propias vidas? ¿En qué momento perdimos nuestra esencia? A veces siento que somos protagonistas de un juego sin final, en el que nada nos inmuta, en el que nada nos conmueve.
Pero cuando nos permitimos correr, tan solo por un instante, el velo que cubre cada uno de nuestros sentidos, caemos a la realidad de que vivimos en un mundo desigual, en un mundo en el cual no todo está permitido a todos; en el cual no todo está pensado para todos; en un mundo incapaz de conquistar equilibrios, para distribuir equitativamente sus riquezas; en un mundo en el cual la condena es nacer en el lugar y en el tiempo equivocados.
Países desarrollados, ricos, dominantes versus países subdesarrollados, indigentes, carentes de oportunidades, dominados. Todos juntos, conviviendo sin un punto de retorno.
¡Cosas de la vida! ¿Cosas de la vida?
Mil veces y una más, siento la convicción de que, correr el velo y atravesar la puerta que divide esos 2 mundos, implica un quiebre en nuestro interior. Porque, si nos cruzamos con una necesidad no satisfecha, con una sonrisa vacía, con un sueño dormido, con una lágrima que nunca deja de caer, con una oportunidad que no terminar de llegar... ¿Cómo podemos seguir siendo los mismos?
¡Son tantas las cosas que se me ocurren en este momento y tan pocas las que puedo transmitir! Pero rescato esto de las pequeñas voluntades que hacen la gran diferencia.
No mirar el bosque, por centrar nuestra mirada en el árbol que nos cobija, NO hace desaparecer al bosque.

Ese lugar... justo donde no llegan las miradas
Si bien es cierto que la desigualdad social es protagonista en cada rincón de nuestro país, en esta oportunidad voy a centrarme en la provincia del Chubut y en sus esparcimientos poblacionales, casi imperceptibles dentro de su extensa geografía.
Aldea Epulef; Carrenleufú; Colán Conhué; Gan Gan; Gastre; Gualjaina; Las Plumas y Paso del Sapo son tan sólo algunos ejemplos que podemos mencionar al azar. Poblaciones que muy pocos conocen, y que sin embargo, forman parte de esa misma Patagonia que enarbolamos orgullosos al mundo.
Allí, donde llegan unos pocos osados, sobran las necesidades y faltan los recursos por doquier. Allí, donde las horas son eternas, la gente denota tristeza y desesperanza ante promesas incumplidas, por alguien con el poder necesario como para cambiar -al menos parcialmente- su presente.
Esta gente, que tiene gravado el frío es los surcos de su piel y que se abriga tan solo con el manto blanco de los eternos inviernos, vive cada verano como un paréntesis que les permite preparase para el próximo invierno, con la única expectativa de poder sobrevivir un día más.
La necesidad que radica en estos lugares no tiene fin. Y es ahí donde, se necesita del corazón abierto y del trabajo arduo de “Amigos” que luchen juntos por un mundo más justo para todos.
Cuando la necesidad es tan grande, gobierno y sociedad deberían ir de la mano para lograr la diferencia, que marque la gran diferencia.

Una apuesta por la vida
En el año 1994 un amigo de Puerto Madryn decidió ser protagonista en esto de generar un cambio a partir de su ejemplo personal.
Sentía que no podía cerrar sus ojos ante la necesidad de aquellas personas “sin nombre ni identidad”. Sentía que debía arremangarse y ponerse a trabajar. Sentía que mucho se había hablado de solidaridad, y que sin embargo esas palabras habían quedado olvidadas a la hora de plasmarlas en hechos concretos. En definitiva, sentía que era tiempo de hacer, en lugar de tanto decir.
De esta manera él, y su hermana, utilizando movilidad propia, comenzaron a viajar periódicamente al interior de nuestra provincia, acercando -en silencio y desde el más profundo anonimato-, no solo ayuda, sino amor incondicional a cada hogar al que llegaban.
Con el tiempo, su hermana falleció, y él -en su memoria- decidió continuar con los viajes, pero esta vez sumando a su caravana, “amigos”, amigos con las mismas ganas de ayudar.
Así comenzó todo… y así continúa todo...
¿Cómo trabajan? Fijan fechas para salir; luego hacen publicidad en los espacios que ocupan y se dedican a recolectar lo que la gente les acerca. Para ellos, y para quienes reciben, todo sirve, todo suma, todo es importante.Con el destino en mente tratan de contactarse con los aldeanos y la gente del lugar para que los oriente y les abra las puertas de su gente.
Como estas poblaciones se encuentran muy golpeadas por la violencia, merced a los robos y a las violaciones que se encuentran a la orden del día, si alguien llega sin un referente, la gente del lugar desconfía y con sobradas razones. Pero, si llegan a la instancia de abrir las puertas de sus casas, entonces son las personas más solidarias del mundo, dado que ofrecen, hasta lo que no tienen, con tal de dar la bienvenida a quien llega. Esto es, desde un asado de cuero de varios días, hasta un mate con agua ennegrecida por el barro y el sarro de los utensilios que utilizan. Pero es lo que tienen y lo ofrecen desde su corazón.
Los recorridos que realiza el grupo abarcan todo el fin de semana, y no se extienden más tiempo, porque cada amigo que se suma a la caravana trabaja y el lunes debe retornar a sus funciones habituales.
El viaje –en cuanto a cantidad de gente y vehículos que salen-, termina de proyectarse el último día. Siempre se suma alguien a último momento, ampliándose con cada persona extra, la llegada.
Todo se realiza a pulmón, con vehículos propios, los que a veces -debido a los lugares por los que deben atravesar-, retornan sumamente deteriorados. Pero ellos sienten que la solidaridad nace allí, en el compartir lo poco o mucho que uno pueda tener… y no lo que sobra...

Historias... “Vivir en una cueva”
El trabajar en contacto con la gente permite, sin lugar a dudas, escuchar y presenciar historias de vidas desgarradoras, para obtener luego una visión mucho más acabada de la realidad. Y es precisamente en ese momento en el que cada uno comienza a poner en la balanza los problemas personales de un lado y los de esta gente por el otro. ¡El desequilibrio asusta!
Honorio Vicente, por ejemplo, es un abuelo que supera los 80 años y vive, desde 1975, en una cueva bajo condiciones infrahumanas. Ropa gastada por el uso. Un jarro oxidado haciendo las veces de pava. Frazadas convertidas en trapos viejos. Humedad y moho por doquier. Excesiva delgadez y mirada perdida. ¿Contacto con gente? Prácticamente nunca. Se alimenta de lo que caza -de tanto en tanto-, de raíces, de la solidaridad de alguien que pasa y lo encuentra y ¡de la providencia! No se puede pensar otra cosa. El agua que utiliza no es potable. ¿Cómo sobrevivió tanto tiempo bajo esas condiciones? Nadie lo sabe... pero son ¡cosas de la vida!
Josefina, una mujer analfabeta, fue estafada por personas que, según ella, le hicieron firmar varios documentos haciéndole creer que pertenecían a su jubilación y en realidad con su firma, y sin saberlo, lo que les estaba cediendo eran sus tierras. ¡La ignorancia se cobró así, una víctima más! Hoy vive `de prestado´ en su propia tierra, pero no puede criar animales, ni sembrar para comer. Se siente cercada y sabiendo que los demás esperan su muerte para quedarse con todo.
En Positos de Quichaura vivía una mujer con sus tres hijos. Ella, en un accidente, muere al golpearse la cabeza. Sus hijos, ante la desesperación corren en búsqueda de una ambulancia. Para ello, debieron caminar varios kilómetros hasta la ruta y desde allí hacer dedo hasta José de San Martín. Al pedir esa ambulancia, quien toma partido en el asunto es la policía, la cual, tras constatar la muerte de la señora retorna y envía la ambulancia. ¿El resultado? La mujer estuvo más de 2 días muerta en su casa.
En lugares tan lejanos e inhóspitos como estos nada llega; nada es creíble; la burocracia se siente con más fuerza y quien se enferma corre el riesgo de morir sin atención médica.
Otro caso triste que se descubrió en los viajes, fue el de una familia compuesta por 11 personas viviendo, todas juntas, en una sola habitación con filtraciones de agua, que intentaban salvarse con cámaras de vehículos abandonados. Desde la bisabuela hasta la bisnieta, viviendo sin una esperanza, que les permita dignificar su presente. Pero eso si, bajo códigos diferentes, fuertes, sin egoísmos. Si tienen un pan para repartir entre 11 personas, ¡lo hacen en partes iguales y de corazón!
Luego de escuchar estas historias, uno no puede dejar de reflexionar lo que implica esto de vivir mundos diferentes, en un mismo mundo.
A nosotros nos parecería imposible vivir sin luz por un período de tiempo superior a los 2 días. Para ellos es habitual.
Nosotros no podríamos pasar una semana completa sin cable, electrodomésticos, ni internet (como para empezar a mencionar algo). Ellos deben sortear toda serie de obstáculos para tapar los agujeros de sus paredes, por los cuales penetra el frío y el agua despiadadamente.
Nosotros muchas veces obramos desde nuestra intolerancia y ellos deben convivir todos juntos en una pequeña habitación.
Nosotros vamos a cenar y solemos quejarnos con el mozo por el punto de cocción de la carne, mientras que ellos deben seguir estirando un asado de cuero de varios días, tan solo para que dure más.
Las desigualdades son abismales. Las injusticias son aún mayores. La pobreza, sin lugar a dudas, atrae más pobreza. Y no se trata acá de sufrir dolores ajenos. No. Pero si se trata de despertar a una nueva conciencia que nos permita vernos como una unidad y entender que cada uno de nosotros se proyecta en los demás, porque los demás son una parte más de nosotros mismos. Si una sola persona está mal, si una sola persona sufre, existe un gran motivo para hacer algo.
Los puntos de equilibrio no existen, pero debemos buscarlos… juntos... ¡Querer es poder! Pero hay que querer primero para que las puertas se abran a la evolución.
Es muy fácil quejarse por un sistema que no funciona como quisiéramos. Pero, ¿Qué hacemos para cambiarlo desde nuestro rol cotidiano? ¿Hasta donde llega nuestro compromiso? ¿Cuánto queremos involucrarnos? ¿Cuánto estamos dispuestos a dar?
Recordemos a Gandhi cuando dijo: “Se tu mismo el cambio que quieres ver en el mundo”.
Un pequeño cambio de actitud y un giro hacia la solidaridad, cambia todo nuestro entorno, como una piedra que se arroja al agua y forma ondas a su alrededor. Y si bien es cierto que no podemos hacer mucho por muchos, también es cierto que podemos hacer algo por alguien. Lo demás viene solo...