Las Historias de Ibrahim

Sergio Denis nos habla de la felicidad




Una de las cosas que más disfruto en mis tiempos libres es escuchar música en vivo. Sin dudas ¡esa es mi salida favorita!
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En un teatro, en un estadio, en un resto bar, en un pub o en un parador -a orillas del mar-... la adrenalina que genera el artista en el escenario -o entremezclado con la gente- y la energía del público, en simbiosis con ese show, es la misma. A lo mejor eso es lo que me hace regresar, una y otra vez...
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Recuerdo a Sergio Denis cuando, hace unos 4 o 5 años, se presentó en un teatro de la ciudad de Trelew, ante una multitud ansiosa por recordar sus viejos temas. En esa ocasión, y como no podía ser de otra manera, fui con mamá... ¡Compartirlo con ella era un placer del cual no me podía privar!
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Nos sentamos en la primer fila y nos olvidamos del tiempo.Todo el espectáculo fue perfecto. Las luces, la decoración del escenario, los colores, la música y, por sobre todo, el clima que se iba generando canción tras canción, sonrisa tras sonrisa. Pero, el momento más emocionante de la velada, fue el momento en el que él se detuvo y nos habló sobre la felicidad.
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Nunca pude olvidarme de aquellas palabras.
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Sergio contó que, de pequeño, él soñaba con ser un gran artista. Soñaba con ver estadios repletos de gente y ser muy famoso. Pero, en el lugar en el que vivía, se encontraba lejos de toda oportunidad.
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Pasaba horas observando al tren que iba a Buenos Aires Capital y un buen día decidió que, si no comenzaba a luchar por su sueño, nadie lo haría por él.Colocó algo de ropa en un bolso, tomó su guitarra y se subió a ese tren, con lo poco que tenía, buscando una oportunidad.
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Al llegar, naturalmente, todo le resultó muy difícil. ¡Y claro! ¡Se encontraba en la gran ciudad!
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Comenzó a tocar puertas, a recorrer bares y a cantar para públicos reducidos.Todo iba bien, pero había algo que no lo abandonaba... una profunda tristeza y soledad. No lo entendía.
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El contó que, cada vez que terminaba un show, regresaba a su hotel y lloraba amargamente, sin poder controlar aquella emoción. Pensó que, a lo mejor, necesitaba más tiempo y que -con su crecimiento- vendría su felicidad.
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Los estadios fueron cada vez más grandes, pero su angustia era la misma. Pensó entonces que, a lo mejor, estaba equivocado. Que lo que necesitaba para ser feliz y dejar atrás el dolor, era convertirse -de una buena vez- en un gran artista; en un artista conocido por todo el mundo, capaz de llenar grandes estadios.
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El tiempo fue pasando. Y su sueño se hizo realidad. Llenó un primer Gran Rex, al que le sucedió otro y otro y otro. Según sus palabras, todo aquello había superado sus más grandes fantasías. Ante sus ojos había una multitud inmersa en la oscuridad de aquel estadio, bailando con las manos en alto y sosteniendo encendedores prendidos.No lograba distinguir sus rostros, tan solo sus voces. ¡Todos cantaban sus canciones!
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Dijo que la voz de todos ellos tapabas incluso, su propia voz. Y una ovación los llevaba a otra ovación. Y una canción a otra más.- “¡Ahora si!” Pensó... “Esto es más de lo que siempre eh soñado. Ya no tengo motivos para sentirme triste. Logré mucho más de lo que esperaba”.
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Pero, al llegar al hotel, volvió a romper en llanto y a sentirse invadido por una profunda tristeza. ¿Como podía ser eso posible? Sintió que no era merecedor de tantos logros, porque no era capaz de disfrutarlos. ¡Cuantos darían todo por tener lo que él tenía, y él no lograba apartar el vacío y la tristeza de su vida!
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Llegado a ese punto se preguntó en dónde estaba fallando. ¿Donde estaba la verdadera felicidad? ¿Qué debía lograr para obtenerla? ¿Y si dejaba todo atrás y regresaba a su pueblo? ¿Y si ese mundo no era para él?
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Y fue entonces que comenzó a correr por su mente, algo así como una secuencia de imágenes. Su infancia, sus primeras canciones, sus amigos, su madre amasando el pan, su familia, sus sueños, sus ganas de llegar a la capital, ese tren que lo acercó a sus sueños, cada bar recorrido, cada puerta golpeada, la gente que lo acompañó desde el principio, su público incondicional, las críticas, los aplausos, las sonrisas y ahora los estadios a pleno.
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¡Cuantas cosas! Al darse cuenta de todo eso comenzó a invadirlo una profunda emoción y volvió a llorar, pero esta vez de felicidad por todo lo maravilloso que había vivido y que no había podido percibir. Comprendió, por primera vez, que su felicidad no estaba en alcanzar un determinado destino, sino en el camino que debía recorrer para llegar a él.
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Allí, en cada logro, en cada demostración de afecto, en cada persona que había confiado en él, estaba la magia de su vida. ¿Y qué era más importante que todo eso?
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Desde entonces no volvió a sentir nunca más esa tristeza que lo paralizaba.
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Hoy me quedo con esta reflexión: Debemos disfrutar “exageradamente” de cada cosa que nos suceda, sin esperar grandes milagros. Vivir ya es un gran milagro y tenemos la vida entera a nuestra disposición.
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Las mayores satisfacciones no se encuentran tan solo en los objetivos logrados, sino en casa cosa que debemos hacer para llegar a ellos. Nunca olvidemos que, si tenemos nuestro corazón abierto, nuestro camino nos deparará grandes sorpresas, aun en las pequeñas cosas de cada día.
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