Las Historias de Ibrahim

Un viaje a Salvador de Bahía y el comienzo de una nueva vida


I)

Era el primer día del resto de su vida. Así lo había decretado, así lo había decidido aquella noche en la que, todo cambió, por un capricho de su destino ¿Quién sabe? A lo mejor para empujarla a vivir la aventura más grande de su vida.


33 años que no volverían, pero que, -sin embargo- se proyectaban en una mar de emociones. ¡Ese era el panorama! Lo demás estaba impreso en una hoja en blanco; en una hoja que ella misma debería descubrir a fuerza de puño y letra. Perdón. A fuerza de prueba y error. A fuerza de su más viva experiencia.


Era la 01:30 de la madrugada de un viernes intenso. El taxista que la dejó en el aeropuerto, la despidió con una sonrisa cómplice que encerraba un enorme deseo de “suerte”.


Faltaban tan solo 15 minutos para que el avión partiera a Salvador de Bahía, Brasil, con escala en Buenos Aires. El pasaje que sostenía entre sus manos le recordaba, una y otra vez, todo lo que estaba dejando atrás. Una familia que, a fuerzas de lágrimas, tuvo que comprender la importancia de este viaje; un trabajo lleno de mediocridad, de gente sin compromiso, de oportunidades que nunca llegaban; un amor que había sido su más cruel martirio, pero que la había hecho feliz… como pudo y como supo…; y amigos, muchos amigos que habían aceptado su decisión, tan sólo porque era lo mejor para su futuro.


Este viaje era para ella una gran oportunidad.


Sus ojos recorrieron, una y otra vez, cada rincón de aquel aeropuerto, y se posaron incesantemente en las miradas distraídas que cruzaba sin querer. Era extraño pensar que, de aquello, todo sería la última vez.


Una voz cálida anunció la partida del vuelo y por su cuerpo corrió mucha adrenalina. El momento había llegado, ya no existía la posibilidad de volver atrás. Sus ojos, como no podía ser de otra manera, se ahogaron en lágrimas. Y, con un fuerte abrazo, -dibujado en su corazón- se despidió de toda la gente que amaba pero que en ese momento no estaba allí. Había preferido estar sola, para no hacer más difícil el adiós.


Las despedidas tenían esa cuota de nostalgia que, de alguna manera, terminaban opacándolo todo. Ella comenzaba a luchar por un sueño dibujado en el paraíso y eso era increíblemente seductor. Eso sólo justificaba todo lo demás.


Para los reencuentros, las comunicaciones y todo lo demás, sobraba el mañana.


II)

El avión despegó a la hora estipulada. Abajo, las luces de la ciudad brillaban como su mirada. Y arriba, las estrellas se acercaban a una velocidad estrepitosa. Trataba de imaginar como sería Salvador de Bahía, pero su imaginación moría en su ignorancia.


¡Sencillamente no conocía Brasil y su elección había sido al azar! Ahora tan solo deseaba conquistar esa tierra de aventuras; de un sol tan exuberante como su gente; de sonidos a carnaval galopando en el aire; de risas embriagadoras y de hechizos de mar, en noches de luna llena.


Así que todo era cuestión de esperar y de rogar porque -aquel impulso- que la había llevado a arriesgar su presente, no fuese un error del que después tuviese que arrepentirse.


¿Y si esta aventura era una locura? ¿Y si Brasil no era lo que imaginaba? ¿Y si quería regresar y no podía?


Naturalmente, y tal como siempre lo había hecho, borró de su mente toda posibilidad de fracaso. Las cosas saldrían muy bien, porque ése era su deseo más íntimo, porque así lo había decretado, y porque en esto se estaba jugando su destino.


Luego del eterno discurso de la azafata, intentó leer aquel libro de Chopra que -su madre del corazón- le regaló como amuleto y puntal para los momentos difíciles, llamado Sincrodestino, el cual comenzaba con la siguiente pregunta: “¿Si supieras que los milagros se hiciesen realidad, cuales pedirías?”


¡Huy! ¡una pregunta que invitaba a horas de imaginación! Pero su pensamiento y su atención estaban en otro lugar. No en aquellas páginas, ni en aquellas reflexiones. Definitivamente ese no era el momento para leer nada. Estaba muy agotada como para hacerlo.


Así que, bebió la copa de champaña que le habían obsequiado a modo de bienvenida, y cerró sus ojos, entregándose a su vida vivida hasta ese momento. Necesitaba repasarla, capítulo a capítulo, porque sabía que, cuando despertase y bajase del avión, todo quedaría en aquel cielo mágico… Su infancia, su adolescencia, sus padres, sus amigos, sus amores, sus logros, sus fracasos, sus miedos, sus alegrías, sus trabajos, su país conocido a medias, su historia y sus sueños...uno a uno...


La caída de una estrella fugaz, le recordó las palabras de su amigo que, días atrás, le insinuaron sin querer su decisión: “hay que desear las cosas con muchas ganas para verlas convertidas en realidad”… ¡y si! Hay que desearlas pero también hay que hacer lo propio, pensó.


Sacó el mp5 que traía en su bolso de mano, y se internó –a través de la música de Alexander Pires- en el corazón de Brasil.


Cerró los ojos y sintió una enorme plenitud al descubrirse capaz de romper barreras y miedos y traspasar horizontes, todo con tal de darse una nueva oportunidad... de encontrar una nueva vida a los pies de un nuevo mundo...
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