Las Historias de Ibrahim

Pasion Gitana



Amplias mangas rojas nacían de sus hombros, y terminaban en sutiles volados de color blanco.

Colgó de sus caderas una pollera gitana, también roja. Y para cortar el magnetismo de aquel color y darle un toque oriental a su vestuario, eligió un soutién dorado brillante, del cual pendían un millón de lágrimas de cristal.

Se paró frente al espejo y terminó de definir los detalles de su maquillaje. Pintó sus labios de color rojo rubí. Y definió el color de sus ojos, para que acentuaran aun más su mirada.

¡Listo! Todo estaba listo. El escenario y aquella noche tan especial, la verían brillar –junto a su público- una vez más. La adrenalina era inevitable.


Madrid. 21 de junio de 2010.

El chasquido de sus tacones dio inicio a una revolución de movimientos en su vientre, los que sin querer, o queriendo a gritos, provocaban el seductor contorneo de sus pechos.

Luego, un giro lento de sus caderas, la desplazaron en sentido contrario a las agujas del reloj, y todos la vieron coquetear con su larga cabellera oscura, suavemente ondulada.

El salón, como de costumbre, estaba lleno. Su público era apasionado por el baile y entendido en esto de recibir del artista, cuerpo, mente y alma... en un solo instante.

Sus caderas continuaron jugando con cada movimiento que ella improvisaba; y sus manos -liberadas a la expresión más pura de sus fantasías-, la llevaron a él: moreno de facciones masculinas, de ojos cautivantes, que no parpadeaban, atónitos a su belleza.

Un giro la acercó a él y otro la alejó. Hasta que levantó sus brazos a la altura de sus hombros, y clavó sus ojos gatunos, profundos en aquel extranjero.

El tiempo se detuvo en aquel instante.

El venía de la tierra del mambo y el merengue, a entender esto de la pasión gitana, de la que tanto le habían hablado.

Por sus venas corría todo el ritmo de la música y no pudo permanecer sentado. Sintió que, más allá de las diferencias, valía la pena intentarlo.

Se paró en medio del público desconcertado. Se acercó a ella. Golpeó sus manos a un costado, se inclinó, apoyó una pierna en el suelo, y formó con la otra un ángulo de 90°. Y así, se dejó llevar por cada nota que desprendía aquella guitarra de sonido embriagador.

Ella bailó para él. Solo para él... durante un par minutos que fueron eternos. Bailó con movimientos que lo llevaron a desvariar.

El quería más, y no podía dejar de mirarla.

El sonido de las castañuelas lo hicieron reaccionar. ¡Tenía a la altura de sus ojos el vientre de aquella bailarina, que se desarmaba en lentas ondulaciones! ¡Un vientre que lo invitaba a recorrer cada centímetro de su piel!

De repente se levantó muy suavemente del suelo, y, espalda con espalda pero sin perder el contacto con su mirada, comenzaron a girar, uno alrededor del otro.

Ahora eran sus cuerpos los que se comunicaban. No hacían falta palabras. No hacía falta esfuerzo alguno para que se sintiera la pasión en el aire. Todos escuchaban el grito silencioso del deseo incontrolable que se había generado en aquel instante.

La vida se detuvo en ellos 2 y nadie hizo el menor ruido para que no se rompiera aquel clima de profunda intimidad.

De repente la música cesó furiosamente y ella se desplomó entre sus brazos. La luz se apagó y el ambiente quedó iluminado por las velas que rodeaban el escenario.

Sus corazones latían -al ritmo de los aplausos-. No pudieron apartar sus miradas por un instante, pero fue un cálido abrazo el que marcó la distancia y le permitió a ella continuar con su show.

El regresó a su mesa muy feliz. ¡Aquella noche, una más entre tantas, había sido la noche más sensual que había vivido en mucho tiempo!