Las Historias de Ibrahim

¿Somos egoístas al priorizarnos?


Hace un tiempo, con una amiga, tuvimos una discusión acerca del lugar que debía ocupar en nuestras vidas, el hecho de priorizarnos.

Ella, madre de 3 pequeños, no podía dejar de ver en mi una gran cuota de egoismo, cada vez que yo ratificaba: “Primero yo, segundo yo, tercero yo”.

Pero para entender estas palabras hay que ir un poquito más allá.

Con Carina nos conocimos en nuestro primer año de facultad. Ella se casó inmediatamente y su primer hijo no tardó en llegar. Como suele suceder en la mayoría de estos casos, abandonó su carrera y comenzó a trabajar para ayudar a su esposo con los gastos del hogar. Poco tiempo después nació su segundo hijo, y por “sorpresa” llegó el tercero... ¡Y ya eran multitud! Así que decidió dejar su trabajo para dedicarse a la crianza de los pequeños.

Si los primeros años fueron dificiles, los que siguieron, lo fueron aun más. Carlos se quedó sin trabajo y tuvo que mudarse a otra ciudad para mejorar su situación económica, y así se convirtió en un padre y esposo “part time”.

Carina comenzó a sentirse sola, sin vida propia, “sin brillo” y eso la llevó no solo a la frustración sino a la depresión. Vivía para sus hijos y para un esposo que ya no estaba. El primero que manifestó aquella situación fue su cuerpo, porque empezó a engordar y su piel se opacó.

Digamos que, por correr tras su familia, había perdido el tiempo que necesitaba para ella.

Recuerdo sus gritos constantes por mantener “todo en orden”. Sus reproches a diario. Su cara de amargura. ¡Y luego su desplome!

Un día la vi tan triste que la senté frente a mi y le pedi por favor que reaccionara, porque no podía mejorar las cosas, si no comenzaba a respetarse, a quererse, a priorizarse.

Le repetí mil veces.... “Primero yo, segundo yo, tercero yo”.

Nosotros somos como una lamparita. Si estamos encendidos vamos a irradiar luz para que otros también brillen. Si estamos apagados, vamos a seguir -tanto nosotros como nuestro entorno- en penumbras.

No hay acto de amor más grande que el procurar sentirnos plenos, realizados, fuertes y llenos de vida... porque es sabido que, solo puede entregar lo mejor, quien tiene lo mejor para dar.

Si yo me siento mal, los primeros que van a sentir mi “mal-estar”, serán las personas a las que amo, porque en ellos recaerá mi ira, mi bronca, mi tristeza, mi frustración...

Carina pensaba que por haber entregado su vida a su familia, ésta, lo tenía todo. ¿Pero a qué precio? Sus hijos la escuchaban gritar todo el día, vivían en permanente estado de tensión y eran partícipes de las constantes discusiones entre sus padres. ¿Esto era dar lo mejor?

Si ella hubiese podido encontrar un equilibrio, o recuperar un poquito de su tiempo... todo hubiese sido diferente.

Siempre debemos tener nuestro tiempo... para leer, para escuchar música, para estar en silencio, para escribir, para ir a un gimnasio, para reunirnos -a solas- con viejos amigos, para ir de compras, para viajar, para desarrollar nuestra profesión o para luchar por algo que siempre soñamos... no se... ¡se me ocurren tantas cosas!

Lo cierto es que no necesitamos grandes milagros para ser felices, pero si necesitamos alimentarnos internamente y fortalecernos en lo pequeño de cada día para encontrar que todo tiene sentido.

¡Si yo estoy bien, todo está bien! No está en la cantidad de tiempo que entregamos lo importante, sino en la calidad de ese tiempo...

Para terminar me encantaría regalarles una reflexión... "Nunca hagan sacrificios por nadie, porque nadie los pide, y si los piden, nunca los agradecen. El hacer sacrificios, tan solo es un excusa, para seguir postergándonos".

Debemos darle a nuestra familia -y a nuestros afectos- lo mejor, y eso solo se logra habiendo encontrado un perfecto equilibrio en todas las áreas de nuestra vida: cuerpo, mente y alma. ¡Vale la pena intentarlo!