Las Historias de Ibrahim

¿Cuanto dura el amor entre un hombre y una mujer?



Si hay preguntas difíciles de responder, creo que esta es una de ellas, ya que en su simpleza radica su trampa.

Pero vayamos al principio.

Un hombre, una mujer, el encuentro, la pasión, la pareja, el idilio de un mundo impenetrable, las amadas diferencias, los problemas que no se quieren ver, la convivencia, el “contrato implícito” que esta genera… y ¡ZAZ! de un día para otro… ¡todo se derrumba!

Digamos que “el amor” queda sepultado en un mar de reproches, juicios, ausencias, miradas que no se reconocen, planteos que parecen venir de otra persona.

Y, de repente, todo ese mundo maravilloso que supimos vivir, se desvanece y pasamos a convivir con un desconocido, por el cual ya no sentimos esa pasión primera.

Y es allí donde aparece una gigantesca ola de psicólogos, sexólogos, curanderos, hechiceros y quien sabe cuantos terceros más, intentando salvar lo que una vez fue mágico.

¿Pero es posible forjar el rumbo del destino?

¿Es posible confundir la pasión con el amor? Si... De hecho ¡lo hacemos todo el tiempo, porque somos seres emocionales y buscamos vivir emociones fuertes. a cada instante! Y cuando no está la emoción y cuando no está la pasión, pensamos que el amor desapareció. Pero... ¿nos preguntamos alguna vez si ese amor, de verdad, existió?

El otro día conversaba con una amiga que está –justamente- atravesando un proceso de separación. Ella había decidido ponerle punto final a varios años de una mala convivencia, de una relación “enferma”, pero no podía evitar el dolor, la depresión y la desazón que le generaba todo aquello.

Su historia –en definitiva- encierra la historia de muchos.

Expectativas frustradas. Dudas. Desilusiones. Miedo a la soledad, pero tormento en compañía. Lágrimas por lo que fue. Una enorme necesidad de escapar y a la vez, angustia por no saber hacia dónde.

Todos nosotros sabemos que vivimos en una sociedad cuyo modelo está cambiando del tradicional al “híbrido”, y esto –indefectiblemente- marca nuestras reacciones, nuestras respuestas y nuestros día a día, no solo con nosotros mismos, sino con esta compleja red de relaciones que tejemos a nuestro alrededor.

Resumiendo, podríamos decir que vivimos bajo un modelo social que valora la libertad. La libertad y el tiempo para uno mismo. Vivimos en un mundo con pocas reglas que exige nuestro protagonismo a la hora de elegir. Ese protagonismo, genera angustia y miedo, porque ya no se nos permite culpar al otro por nuestros actos. Somos nosotros los responsables de cada cosa que nos sucede.

Por otra parte, “Queremos todo YA”, por esto de vivir el “aquí y el ahora”. Esto implica que nadie quiere regalar su tiempo esperando a que las cosas se solucionen. La reacción natural que solemos tener ante un problema real, es dejar de negociar y de buscar un punto de equilibrio. A la primera de cambio ¡cada uno por su camino!”.

Ya desaparecieron las parejas, como la de mis padres, o como la de los tuyos, en las que todo se soportaba, aun en detrimento de la felicidad. ¡Por suerte esta no fue mi experiencia! Pero abundan ejemplos de estos.

Hoy el “libre albedrío”, o sea, nuestra capacidad de poder elegir libremente, en cualquier momento, está a la orden del día. Esto reafirma algo que todos sabemos, y es que cada vez somos más individualistas. Al buscar “ser lo que somos”, empezamos a desgastar la compañía de nuestra pareja, sobre todo cuando “buscamos ser”, pero sin dejar ser al otro lo que es.

Prima la individualidad, las emociones personales. ¿Escuchaste alguna vez esa canción de Arjona que dice… “No te enamoraste de mi, sino de ti cuando estás conmigo”? Bueno creo que esa sola frase, lo dice todo por si misma.

Además vivimos en “estado de flash” las 24 horas del día, por vivir en la era de la tecnología, donde todo es al instante. Por eso queremos ir cada vez más rápido. Este vértigo atado a la libertad, anula -de alguna manera- nuestra capacidad para disfrutar de las pequeñas cosas… Si, de esas que suelen ser imperceptibles, pero que terminan salvándolo todo.

Y a lo mejor te preguntes qué papel juega en esto nuestra búsqueda incesante por alcanzar la espiritualidad. ¡Otro pilar de los tiempos que corren!

Bueno este es un punto que, a mi entender, nos está costando manejar. ¿Por qué? Porque si bien alcanzar un estado de espiritualidad nos permitiría conectarnos –como dijimos el otro día- a nuestra esencia, a nuestra fuente, a Dios o como quieras llamarlo… y dejaríamos de buscar afuera lo que deberíamos tener adentro, esto aún parece ser una lejana utopía, porque seguimos actuando desde la carencia.

Y en el afán de forjar nuestra individualidad, queremos amor, queremos compañía, queremos aprobación, queremos lealtad, queremos atención... ¡Queremos tantas cosas para ratificar lo que somos! Y cuando comenzamos a demandar, dejamos de disfrutar lo que tenemos y comenzamos a asfixiar al otro con nuestras necesidades. ¡Este suele ser el principio del fin!

Nosotros no deberíamos buscar amor, sino compartir el amor que llevamos dentro. ¿Se entiende la diferencia?

Si estoy con alguien, o sin alguien, debería poder estar igualmente BIEN. Las separaciones sólo implican un pequeño luto, que nos abren las puertas a nuevas oportunidades.

No etiquetemos las relaciones como “eternas” porque nada lo es. Al pensar que algo es “para siempre”, nos volvemos susceptibles a la frustración.

Todas y cada una de las personas que llegan a nuestras vidas, llegan por algo, y se van por algo.

Mientras dure la relación, debemos entregarnos y disfrutar cada cosa que nos pase. ¡Es tan lindo poder compartir la vida con alguien! Pero compartirla de manera adulta. En una pareja se deberían poder conjugar los tiempos, proyectos, sueños, y necesidades, pero siempre preservando y respetando el crecimiento e individualidad de cada uno. Eso sería algo así como, procurar que las raíces del árbol sean fuertes, para que este pueda crecer sano.

Y con la misma adultez que debemos vivir la relación, debemos poder reconocer cuando es el momento de volver a separar los caminos.

Forjar una relación, cuando esta se agotó, solo empaña lo bueno que tuvo la misma. Dejemos que las cosas fluyan naturalmente. Tratemos de vivir el presente, sin “pre-ocuparnos” por lo que pueda pasar. En el presente y dentro de cada uno de nosotros están todas las respuestas que buscamos. Sepamos hacer silencio y escuchar. ¿Quién sabe? A lo mejor el destino nos depare una sorpresa.
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