Las Historias de Ibrahim

Tocar fondo y volver a empezar


Seguramente coincidirás conmigo en que, vivir, conlleva un aprendizaje diario. Algunos aprendemos a través del camino del no dolor y otros a través del dolor... con todos los matices que pueda presentar esta simple calificación.


Algunos entrelazamos el aprendizaje con el "Karma" y el "Darma", o sea, con esto de pagar o cobrar de la vida los saldos deudores y acreedores que tenemos en nuestra cuenta evolutiva. Y aunque difiero un poco de esta creencia, por cuanto siento que todo lo que vivimos es creación individual, y que el Karma también forma parte de dicha creación... todo sigue siendo -en definitiva- puro aprendizaje.

Luis tiene 50 años, no sabe leer ni escribir, es discapacitado y por haberse criado en las calles forjó un carácter muy aguerrido y actúa como si la vida estuviese en su contra. Por esta razón suele ir al choque cada vez que necesita algo de alguien. Digamos que, a modo de defensa, vive a la defensiva.

Por mi trabajo nos hicimos amigos hace algunos años, luego de un comienzo difícil. La clave para ganarme su confianza fue la paciencia y la empatía que supe tener con él. Hay personas que necesitan ser contenidas, por sobre todas las cosas, para que, de esa contención, surja luego la apertura, la comunicación, la conexión.

Hace un par de meses este hombre sufrió un golpe muy duro. Uno de sus hijos se enfermó de cáncer y se vio obligado a viajar a Capital Federal. ¿Imaginás el cuadro? Por primera vez un avión, por primera vez lejos de su provincia, por primera vez enfrentado a su obra social, por primer vez la gran ciudad, por primera vez los obstáculos en tierra ajena... ¡y por primera vez la muerte parada frente a uno de sus hijos!

Afortunadamente un buen tratamiento logró detener la enfermedad y comenzar el proceso de recuperación.

Hace unos días Luis -tras mucho tiempo de ausencia- fue a visitarme.

Me dijo, por ejemplo, que nunca había creido en Dios. Que la cruz que cargaba sobre su cuello, era -hasta ese momento-, tan solo un símbolo que representaba a un Dios "de la boca para fuera", pero no a un Dios que estuviese instalado en su ser. Me dijo que, ante su dolor, se aferró a una fe que hasta entonces no tenía y que esa fe, cobró tanta fuerza dentro suyo que la situación empezó a cambiar...

Hoy descubrí a un hombre diferente, dibujando un destino diferente.

El me dijo: "Yo hablé con Dios y Dios me escuchó". El lo percibía de esa forma, y está bien. Pero quien lo estaba escuchando y estaba aflorando en realidad, no era un Dios en las alturas, sino era su Dios interno.

Esa fuerza interna de la que mucho hablamos y que es capaz de cambiar cualquier cosa, no es más que esto que te acabo de decir.

Bueno, hablamos de las crisis por las que debemos atravesar para volver a conectarnos con nuestra espiritualidad y comprendimos que lo de su hijo fue algo así... como una señal para que él reaccionara y sacara su sensibilidad a flote, dejando de lado el "caparazón" que lo había aislado del mundo durante tantos años.

Por su hijo tuvo que enfrentarse a un nuevo mundo, a un nuevo desafío y se redescubrió fuerte, humilde y capaz de cualquier cosa, porque al enfrentar a ese nuevo mundo, tuvo que enfrentar a su propio mundo.

A veces nos cuesta entender porqué el aprendizaje viene atado al dolor, y máxime cuando se trata del dolor ligado a un ser amado. Yo tampoco tengo una respuesta, porque no se qué mecanismo interno nos lleva a elegir el dolor como camino. Pero puedo asegurarte que, a veces, estamos tan aferrados a nuestra individualidad, a nuestro mundo "puertas adentro", a nuestras carencias y a la que creemos importante cuando no lo es, que perdemos el sentido del "todo".

Estas elecciones inconcientes suelen marcarnos y nos ayudan a despertar. Y es en las crisis, cuando uno toca fondo. Pero tocar fondo implica algo que nadie suele ver... que lo suceda de alli en más, siempre será mejor... sea lo que fuere...

El tocar fondo generalmente nos hace sabios, porque nos vuelve humildes; nos fortalece si logramos sobrevivir y nos ayuda a ver quien se escuda detras de nuestra personalidad.

Lo triste es cuando uno, conciente de esta situación, no hace nada para salir adelante, porque logró acomodarse a ese fondo y hacer de él su hábitat. Si uno no resurge tras sus problemas, sus derrotas, sus caidas, aprendiendo de lo que le sucedió, entonces se predispone a vivir lo mismo una y otra vez.